Ahora que acaban de estrenar un documental sobre la vida de Ayrton Senna, queda
aún más claro que, aunqu
e los
siniestros más dramáticos suelen ser fruto de una cadena de infortunios más o menos casuales e
imprevistos, el accidente de Ayrton Senna –el mágico, el carismático, el increíble tricampeón del mundo- sí pudo evitarse.
Someterse a la perspectiva del tiempo
transcurrido puede ser bueno para desligarse del mito y de la pasión inmediata que todo lo ciega al valorar la trayectoria profesional de un deportista. Sin emb
argo, muchos de los que tuvimos el dudoso honor de seguir en directo el llamado Gran Premio de San Marino, aquel fatídico 1 de mayo de 1994, percibimos algo terrible desde los entrenamientos del viernes: el circuito de Imola (Italia) no estaba en condiciones de acoger una prueba de Fórmula 1, o al menos, de reunir garantías acordes con las características de los monoplazas de aquel año.
Los malos augurios de los entrenamientos libres
El viernes, un joven Barrichello voló de lado en la Variante Baja hasta estamparse contra los neumáticos de la valla y volcar su coche hacia delante. Aunque el brasileño sólo tuvo contusiones, al propio Senna, su compatriota y mentor, el c
ampeón acostumbrado a arriesgar la vida siempre con tal de ganar, le pareció excesiva la violencia del impacto y se aventuró a examinar por la tarde aquella parte del
circuito. Sin embargo, lo peor estaba por llegar. En los entrenamientos del sábado, el austriaco Roland Ratzenberger desintegró su Simtek-Ford en la curva Villeneuve, perdiendo la vida
casi en el acto. La F1 vivía la primera muerte de un piloto desde 1986 (De Angelis), una situación tan desagradable como nueva para muchos de los corredores que integraban la parrilla. Sin embargo, no fue motivo suficiente para suspender la prueba de
aquel domingo que lo cambiaría todo. Para siempre.
Sábado: otra oportuni
dad perdida
Y el ‘espectáculo’ continuó. Pese al mazazo moral, la obsesión de Ayrton por poner las cosas en su sitio en la tercera carrera del Mundial pesó más en su acelerador que el inquietante miedo instalado por primera vez en sus ojos.
Tenía la pole y el orgullo herido. Nigel Mansell y Alain Prost, sus dos principales rivales de los últimos años, se habían retirado después de ser casi invencibles y hacerse con su primer y cuarto título mundial, en 1992 y 1993 respectivamente, con una máquina que al fin caía en las manos del brasileño, el Williams Renault. Después de sus tres campeonatos con McLaren, y las humillantes prestaciones de las mecánicas Honda en 1992 y Ford en 1993, el cuarto cetro mundial no
se le podía escapar.
Sin embargo, tras el cambio de reglamentación, el Williams Renault FW16 no parecía tan competitivo en las dos primeras carreras del año y, lo que era peor, una joven promesa llamada Michael Schumacher se había hecho con ambos triunfos a lomos de su sólido Benetton Ford y salía segundo en Imola.
Domingo: un Gran Premio 'raro'
Contra todo pronóstico, Senna se saltó de pronto todas sus rutinas. Dio más
vueltas previas a la carrera de lo que
su enorme superstic
ión siempre le dictaba y se quitó el casco al alinearse en la parrilla. Tenía la mirada triste y lo más increíble de todo para los que le conocían: no se había decidido a disputar aquel importante Gran Premio hasta que el propio patrón de la escudería, Frank Williams, le convenció de ello tan sólo unas horas antes del comienzo. La impresión por lo sucedido era lógica, pero, ¿desde cuándo Ayrton tenía miedo de ganar una carrera?
Misterioso accidente a más de 300 km/h
Semáforo en verde (que en aquel entonces sí existía ese color), y cuenta atrás. Senna y Schumacher mantenían las posiciones de cabeza hasta el enésimo percance de esa accidentada prueba, que al poco de comenzar obligó a salir al coche de seguridad
. La carrera se relanzó en la séptima vuelta y, de pronto, sin explicación aparente, en la curva Tamburello (la más
rápida del circuito)
el punto blanquiazul que se veía desde la cámara subjetiva de Michael Schumacher desapareció en línea recta.
El siguiente plano fue el coche número 2 destrozado y un casco amarillo que –tras dos espasmos reflejos- no volvió a moverse más.
Ese año, Telecinco se es
trenaba con los derechos de campeonato, que por primera vez en la Historia no tenía Televisión Española y optó por dar la carrera con música de fondo (como también acostumbró a hacer con el Giro de Italia). Obviamente, no fue culpa de la cadena, pero la imagen de Senna siendo operado en pleno asfalto interrumpida una y otra vez por las cuñas publicitarias del nuevo disco discotequero Locos po
r el Mix (en las que un c
hico con casco
s se levantaba de un quirófano dando brincos musicales) fue una involuntaria frivolidad que acentuaba lo desagradable de la situación.
Tras todos esos incidentes y varios espectadores y mecánicos her
idos por ruedas y piezas voladoras dentro y fuera de los boxes, ¿qué más quedaba por pasar para que la carrera acabase? Sencillamente, las vueltas programadas. Mientras, las noticias que llegaban del hospital hablaban de “muerte clínica” de Senna.
Podio y muchas especulaciones
La prueba se reanudó hasta llegar a un podio con aspecto de velatorio y brusco relevo generacional, con los futuros campeones del mundo, Schumacher (ganador de la prueba) y Mika Hakkinen, con el McLaren Peugeot (tercero), acompañados de Nicola Larini, de Ferrari (segundo).
Se ha especulado con un error de pilotaje, piezas de la suspensión que impactaron con el casco y dejaron a Senna inconsciente, misteriosos objetos en el suelo, neumáticos demasiado fríos y poco adherentes después de la entrada tan temprana del safety car... La causa más probable fue la rotura de la columna de dirección, cuyo diámetro se redujo a última hora para que el astro brasileño pilotara más cómodo. De hecho, en las últimas imágenes del coche se puede ver cómo un solitario botón amarillo del rudimentario volante se desplaza misteriosamente ¡hacia abajo! instantes antes de la salida de pista.
En 2007, tuve la oportunidad de charlar con Damon Hill –último compañero de equipo de Ayrton Senna en Williams- y preguntarle por aquel fin de semana. “Fue un cúmulo de factores, tanto mecánicos como humanos”, dijo sin vacilar. “¿Humanos?”, repetí yo con sorpresa, dudando si se refería a la labor de ingeniería de Patrik Head y Adrian Newey o a un supuesto error del propio Senna. “Aparte de un posible fallo en algún elemento, Ayrton estaba completamente obsesionado por ganar”. Este tipo de sombras siempre habían perseguido al mito…
Puntos de inflexión
Cuesta pensar que la F1 necesitaba dos accidentes mortales seguidos para buscar un nuevo equilibrio entre las viejas instalaciones (con escapatorias desfasadas o inexistentes), y coches más prestacionales que seguros. Pronto llegaron reformas en circuitos y reglamentos y hasta hoy no ha habido que lamentar una nueva víctima ni allí ni en ningún otro lugar.
Pero hubo otro punto de inflexión que a algunos aficionados nos hizo prometer que no volveríamos a ver un Gran Premio en Imola, como pequeña protesta contra aquella carrera que nunca debió disputarse.
Fue ese momento en el que muchos descubrimos de golpe que la F1 se había convertido definitivamente en un negocio, donde el dinero, la publicidad y los intereses comerciales estaban muy por encima del deporte. Y de la vida.